sábado, 13 de julio de 2013

Lo que limita la vigilancia masiva es la tecnología, no la ley


 Los avances tecnológicos han dado lugar a programas de vigilancia masivos de la Agencia de Seguridad Nacional. Los avances futuros facilitarán aún más la recogida de datos sobre los ciudadanos.
ASHKAN SOLTANI 

Las recientes revelaciones sobre el alcance de la vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA por sus siglas en inglés) no deberían ser una sorpresa para quienes tienen experiencia técnica en el funcionamiento de las comunicaciones digitales. Los documentos filtrados muestran cómo la NSA ha aprovechado el aumento del uso de las comunicaciones digitales y los servicios en nube, junto con leyes sobre la intimidad desfasadas, para expandir y depurar sus programas de vigilancia. Es una reacción previsible ante los costes decrecientes y la eficiencia creciente de la vigilancia que permiten las nuevas tecnologías. Dentro del debate nacional sobre este tema debería tener mucha importancia el grado en que la tecnología ha reducido el tiempo y los costes necesarios para llevar a cabo este tipo de vigilancia.

Anteriormente el público estadounidense, quizá sin saberlo, confiaba en que las barreras técnicas y económicas existentes les protegían de la vigilancia a gran escala del Gobierno. Estas protecciones implícitas se han desvanecido rápidamente en los últimos años con la llegada de los avances tecnológicos de la industria a las agencias de inteligencia, y la amplia difusión de la tecnología de comunicación digital entre la sociedad. En consecuencia, ahora debemos sustituir estas barreras que se daban "de forma natural" y reescribir la ley para proteger nuestra privacidad.

Nuestra forma de interactuar ha cambiado drásticamente a lo largo de la última década. Ahora la mayoría de nuestras comunicaciones las transmiten y almacenan servicios proporcionados por terceros y proveedores de servicios en nube. El correo electrónico, los documentos, las llamadas y los chats pasan todos por empresas de Internet como Google, Facebook y Skype, o por operadores inalámbricos como Verizon, AT&T o Sprint. Y aunque la infraestructura física que subyace bajo la World Wide Web está distribuida, depende de cuellos de botella clave que el Gobierno puede vigilar, y de hecho vigila. Estos embudos facilitan muchísimo la vigilancia puesto que así la NSA solo tiene que establecer relaciones con algunas empresas clave para capturar, con pocas restricciones legales, la mayoría del mercado que quieren observar. La NSA tiene la capacidad de observar a cientos de millones de personas mientras se comunican usando estos servicios con un coste y esfuerzo relativamente pequeños.

Cada uno de los programas de la NSA descubiertos recientemente por los medios es único en el tipo de datos a los que accede, pero todos comparten un hilo común: son posibles gracias a un aumento masivo de la capacidad y un reducción del coste de las técnicas de vigilancia.

Los acuerdos de la NSA con solo algunos proveedores clave de telecomunicaciones le permite acceder a los registros telefónicos de más de 300 millones de estadounidenses sin la necesidad de montar escuchas individuales para cada persona. PRISM proporciona acceso programático a los contenidos de todos los correos electrónicos, comunicaciones de voz y documentos almacenados de forma privada por un puñado de servicios en nube como Gmail, Facebook, AOL y Skype. Una directiva presidencial, la PPD20, permite el despliegue de herramientas de vigilancia "ofensivas" (es decir, pirateo) en cualquier lugar del mundo desde la comodidad de un despacho en la sede de la CIA. Por último, Boundless Informant, el sistema de la NSA para hacer un seguimiento de sus propias actividades de vigilancia, revela que solo en marzo de 2013 la agencia recogió 97.000 millones de trozos de información de inteligencia en todo el mundo. La recolección, almacenamiento y procesado de toda esta información sería inimaginable mediante la vigilancia analógica.

Existen documentos recientes que indican que el coste de los programas descritos anteriormente supuso un total de aproximadamente 140 millones de dólares (unos 110 millones de euros) a lo largo de los cuatro años entre 2002 y 2006, una minúscula proporción del presupuesto anual de la NSA, que asciende aproximadamente a 10.000 millones de dólares anuales (unos 7.700 millones de euros). Para espiar ya no hace falta seguir a la gente o colocar escuchas, sino rellenar formularios pidiendo acceso a un auténtico botín de información que ya existe. La NSA ya no carga con el coste de recolectar o almacenar datos, y ya no tiene que interactuar directamente con sus objetivos. El alcance que permite la tecnología a estos programas es inmenso, especialmente si se compara con lo que se podía hacer hace diez años.

Lo que hemos aprendido sobre las capacidades de la NSA sugieren un cambio hacia una vigilancia programática automatizada que anteriormente no podíamos ni imaginar debido a las limitaciones de la velocidad de computación, la escala y el coste. Los avances técnicos han servido para reducir las barreras a la vigilancia y al aumentar la capacidad de la NSA para llevarla a cabo. Debemos recordar que esta es una tendencia con un límite inferior claro. Una vez que el coste de la vigilancia llegue a cero, nos quedaremos con nuestras leyes desfasadas como única protección. Sean cuales sean las medidas políticas que se toman como consecuencia de las últimas filtraciones, estas deben abordar el hecho de que las barreras técnicas como el coste y la velocidad ofrecen una protección cada vez más escasa de la vigilancia injustificada por parte del Gobierno tanto en casa como en el extranjero.

Ashkan Soltani es investigador y consultor independiente centrado en el estudio de la privacidad, la seguridad y la economía conductista.

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