lunes, 11 de marzo de 2013

Chávez, La revolución no se detiene


Soledad Guarnaccia  Telam
La muerte de Hugo Chávez plantea el desafío de sostener y profundizar una serie de transformaciones que están ineludiblemente ligadas a un nombre, el de su líder.


Durante los años noventa, distintos analistas protestaban contra el pronóstico lanzado por Fukuyama, según el cual la historia comenzaba a coincidir en su concepto con el triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado. Esas protestas, sin embargo, no suponían correcciones de fondo: el historiador marxista Eric Hobsbawm sentenciaba por ese mismo tiempo el fin de las naciones y el filósofo socialdemócrata Jürgen Habermas hacía lo propio con el Estado. Así se pensaba desde las metrópolis la realidad política mundial cuando Chávez hizo su irrupción en la historia.

Esa irrupción fue un verdadero huracán. Porque en sus orígenes, Chávez tuvo que oponerse rabiosamente a su tiempo. De ahí que originalmente su carácter revolucionario haya descansado en un poder de negación: un “no” rotundo que supo recoger la rabia de las clases populares excluidas del sistema político venezolano y un “no” rotundo a una época que renunciaba a considerarse en términos históricos, es decir, que había renunciado a las transformaciones.

Sobre ese consenso epocal se apoyaba la acusación central que los detractores le enrostraban a Chávez: que su discurso era extemporáneo porque invocaba nociones que se consideraban anacrónicas. No se le perdonaba que fustigara al “imperialismo” cuando todos hablaban de “globalización”, que denunciara la “dependencia” cuando todos rendían tributo a la idea de “economías sustentables” y que invocara al socialismo cuando la novedad teórica era la “tercera vía”, ese maquillaje “social” para legitimar el neoliberalismo. Tampoco era tolerable que vinculara el campo de la política con las disputas sociales, que construyera un proyecto político de izquierda donde el “poder” no fuera una mala palabra ni que hubiera estimulado en la roca más dura del Estado, el ejército, un gesto de rebeldía. Pero la historia ha demostrado que el chavismo es la astucia por la cual aquello que era considerado anacrónico se reveló como lo más novedoso y contemporáneo.

"Ese camino está signado por la idea de que gobernar no es administrar lo dado y sacarse la foto con cada uno de los actores sociales en disputa, sino hacerse cargo de las tensiones existentes y posicionarse en cada conflicto".
Sería erróneo pensar que Chávez sólo fue un poder de negación. También fue un hombre de Estado, es decir, un político que impulsó transformaciones con la responsabilidad de custodiar un orden. Pero, a diferencia de los “posibilismos” de la década del ochenta y noventa, que supeditaban las transformaciones a la “gobernabilidad”, Chávez comprendió, primero que nadie, que en las sociedades suramericanas el orden depende de la justicia social. Así gobernó y señaló un camino seguido por Evo Morales, Lula Da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Rafael Correas y Dilma Rousseff. Ese camino está signado por la idea de que gobernar no es administrar lo dado y sacarse la foto con cada uno de los actores sociales en disputa, sino hacerse cargo de las tensiones existentes y posicionarse en cada conflicto.

Una masa enorme de datos estadísticos ofrece testimonio de la revolución bolivariana. Cuando Chávez arribó a la presidencia en 1998,  el 50% de la población venezolana se ubicaba por debajo de la línea de pobreza y el 20% era indigente. Al final de este ciclo de catorce años, la pobreza se redujo un 50% y la indigencia un 66%. La distribución del ingreso se modificó como en ningún otro país suramericano: el 20% más rico percibe actualmente ocho veces menos ingresos que en 1998, mientras que en el mismo período se duplicaron los ingresos del 20% más pobre. A su vez, Venezuela posee el segundo mayor ingreso per cápita de la región, detrás de Argentina, que encabeza el ranking. Y en materia de inversión social, en estos catorce años el chavismo destinó más del 60% de los ingresos del país, superando la totalidad de las inversiones realizadas por el Estado venezolano a lo largo de su historia.

Asimismo, las políticas sociales expresan resultados impactantes en materia de inclusión educativa: la matrícula universitaria aumentó 256% durante estos años; es decir, más de 2.500.000 venezolanos acceden actualmente a la formación superior. Y en el año 2010, UNESCO declaró a Venezuela "territorio libre de analfabetismo". En materia de vivienda, en 2011, Chávez asumió personalmente la enorme deuda habitacional y en tan sólo dos años se construyeron 350.000 viviendas populares. Finalmente, en temáticas de salud, la cooperación cubana consiguió una reducción del 60% en los índices de mortalidad y desnutrición infantil. Los números son contundentes y explican, entre otras cosas, que Mauricio Macri haya declarado recientemente que no hay que seguir en nada la vía del chavismo.

Hay quienes hablan de la revolución bolivariana como una “revolución pasiva”, esto es, una “revolución hecha desde arriba”. Sin embargo, el ciclo político que lleva el nombre del chavismo supuso no sólo la movilización popular permanente, sino también la constitución del pueblo como sujeto político. Los resultados electorales expresan tan sólo una dimensión de este fenómeno, pero resultan indicativos de la magnitud de la fuerza política que el chavismo ha sido capaz de movilizar.

“A diferencia de otros memorables políticos suramericanos, Chávez resistió el golpe de Estado y designó su sucesión".
Durante estos catorce años, Venezuela transitó 12 procesos electorales de incidencia nacional. Los venezolanos fueron convocados a las urnas no sólo para la elección de cargos públicos sino también para dar su veredicto en torno a dos reformas constitucionales, un referéndum confirmatorio de la gestión presidencial y una enmienda que habilitó la reelección continua de todos los cargos sometidos al mandato popular. En este ciclo, Chávez fue electo cuatro veces y en una oportunidad fue confirmado en su cargo. En 1998 accedió a su primer mandato con el 56% de los votos y en el año 2000, apenas sancionada la nueva Constitución y con menos de dos años de gestión, el chavismo obtuvo el 59.7% del total de votos en las "mega-elecciones" promovidas por la reforma constitucional. Tras superar las iniciativas destituyentes de la oposición política, cuyo punto máximo se coronó en 2002 con el golpe de Estado y el lock-out petrolero, en 2004 Chávez ganó con el 59% el refrendo sobre la permanencia en el poder impulsado por la oposición, a partir de uno de los derechos políticos promovidos por la Constitución de 1999. Dos años después, en 2006, Chávez propuso llevar a Venezuela hacia el Socialismo del Siglo XXI y así selló su primera reelección con el 62% de los votos. Finalmente, en 2012, la propuesta de llevar al Socialismo a "un punto de no retorno" obtuvo el apoyo del 54 %.

Por todas estas razones, Chávez revolucionó Venezuela y contribuyó a reconfigurar el mapa político de América Latina. Desde luego, su muerte revitaliza una pregunta que recorre la historia de la política sudamericana: cómo sostener e incluso profundizar un proyecto político que está ineludiblemente ligado a un nombre, el de su líder.

Un líder que, a diferencia de otros memorables políticos suramericanos, resistió el golpe de Estado y designó su sucesión. Y aún cuando la designación del sucesor no clausura el problema, porque sigue siendo un desafío pensar cómo será el chavismo sin Chávez, hay un pueblo movilizado para elaborar y prolongar colectivamente su legado.

Como Néstor Kirchner, Hugo Chávez hizo historia. Y lejos de cerrar un ciclo, su muerte instituye un umbral para la política que viene. En una frase capaz de ligar a Nietzsche con el cristianismo, el propio Hugo Chávez iniciaba el camino de su relevo: “Soy como el eterno retorno de Nietzsche, porque en realidad yo vengo de varias muertes...Que nadie se haga ilusiones, mientras Dios me dé vida estaré luchando por la justicia de los pobres, pero cuando yo me vaya físicamente me quedaré con ustedes por estas calles y bajo este cielo. Porque yo ya no soy yo, me siento encarnado en el pueblo. Ya Chávez se hizo pueblo y ahora somos millones".

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