jueves, 22 de noviembre de 2012

Halcones sin caperuza


Salvador CapoteALAI AMLATINA,- El Pentágono informó a la administración Obama (1) que cualquier esfuerzo militar para apoderarse de los depósitos de armas químicas de Siria requeriría más de 75,000 soldados. 
Por otra parte, el New York Times cita una fuente militar anónima que advierte: “El miedo a que estas armas puedan caer en manos impropias es nuestra mayor preocupación”.

La administración Obama se ha pronunciado en contra de la intervención 
directa norteamericana en Siria, pero señaló en agosto que la raya roja 
para el cambio de sus cálculos sería la observación de un movimiento de 
armas químicas o la utilización de éstas. Obama reiteró esta posición el 
14 de noviembre de 2012 y señaló que mantenía estrecho contacto con 
Turquía, Jordania y “obviamente con Israel”.

Algunos analistas dicen que el estimado del Pentágono tiende a reforzar 
la renuencia de la Casa Blanca a participar directamente con tropas en 
el conflicto sirio. No veo en que se basan, pues lo que refuerza la 
afirmación de los militares es el argumento esgrimido por los halcones 
de la guerra acerca del supuesto peligro para la región de las armas 
químicas que, también supuestamente, posee y utilizaría Siria.

La cifra de 75,000 soldados no es un impedimento para la guerra. Cifras 
mayores han sido utilizadas por Estados Unidos en muchas otras 
ocasiones. Mayor poder de disuasión tendrían otros estimados, que con 
toda seguridad poseen, acerca del número de soldados que serían 
necesarios para ocupar y mantener todo el país, para enfrentar un 
Oriente Medio convertido en avispero, y para –nadie podría descartar- un 
conflicto que se extendería más allá de los límites regionales. Pero el 
Pentágono añadió a su cálculo, precavidamente, la expresión “upward of” 
(más de) porque ciertamente serán más de 75,000, muchísimos más, los 
soldados necesarios, y nadie sabría cuántos.

Si se toman en conjunto las informaciones que publican los medios y las 
declaraciones de los elementos más retrógrados dentro y fuera de los 
círculos oficiales, vemos la tendencia de la administración Obama a 
repetir la estrategia guerrerista de la administración Bush, aunque el 
estilo pseudoliberal de uno y el mesiánico y fundamentalista del otro 
presenten tantas diferencias.

La invasión de Irak, ordenada por Bush, no fue la respuesta a los 
ataques terroristas del 11 de septiembre sino que constituía un elemento 
esencial de una agenda de derecha extremista fabricada mucho antes. Una 
de las mejores pruebas es que se fue justificando de diversas y 
sucesivas maneras a medida que se desarrollaron los acontecimientos.

Recordemos que la guerra con Irak se justificó primero con falsas 
presunciones de vínculos entre Saddam Hussein y Al Qaeda y con las 
acciones terroristas del 9/11. Como la acusación carecía de peso, se 
inventó el peligro de un programa nuclear iraquí, ampliado casi 
inmediatamente a la amenaza de “armas de destrucción masiva” que 
incluían terroríficos depósitos de armas químicas y biológicas.

Cuando Irak abrió sus puertas a los inspectores, las “evidencias” 
quedaron desacreditadas, y se demostró que las compras de uranio de 
Niger eran burdas supercherías, la aministración Bush recurrió a un 
argumento risible: el objetivo de Estados Unidos era el de instalar un 
gobierno democrático en Irak. Esto lo afirmaba, sin sonrojarse, una 
administración que apoyaba a cuanto gobierno despótico existía no solo 
en Oriente Medio sino en todo el mundo, siempre que fuesen sus aliados.

La invasión de Siria e Irán, además de Irak, está desde hace mucho 
tiempo en las agendas de organizaciones ultraderechistas (2). Uno de los 
principales voceros y representantes de estas organizaciones, el 
exdirector de la CIA James Woolsey, fue uno de los firmantes de la 
carta de “Project for the New American Century” enviada al presidente 
Clinton el 26 de enero de 1998, tres años y medio antes del 9/11, 
pidiendo el derrocamiento de Sadam Hussein.

Woolsey se distinguió como promotor de la guerra contra el mundo 
islámico. En 2002 pronunció un muy citado discurso en la convención 
“Restoration Weekend”, conferencia anual de prominentes figuras 
conservadoras, en el cual arguyó que los Estados Unidos estaban peleando 
la IV Guerra Mundial (3) (la tercera habría sido la Guerra Fría) contra 
“el totalitarismo del Oriente Medio”.

En entrevista con Fox News en Julio de 2006, Woolsey abogó por el 
bombardeo de Siria, uno de sus objetivos favoritos (4). Nada ha 
cambiado, por consiguiente, en la geopolítica imperial. Las metas de 
dominio están definidas y decididas desde hace más de una década. Ni 
siquiera son nuevos los pretextos.

La guerra contra Irak fue solamente el comienzo de la aplicación de la 
delirante “doctrina Bush”, cuyas consecuencias últimas podrían ir, por 
cierto, mucho más allá del control absoluto -en contubernio con Israel- 
de Oriente Medio y Asia Central, y no cesarían en sus pretensiones 
hasta la conformación de una “Pax Americana”, es decir, con el dominio 
planetario de las corporaciones. No existe límite en las ambiciones 
geopolíticas imperiales.

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